Valorar aquello que echarás de menos

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Escribo esto desde mi pequeño apartamento en Santo Domingo. Quedan tres semanas para que deje el país por ahora, y la cercanía de la partida provoca que afloren en mí sentimientos de añoranza. Me pregunto cuáles son aquellas cosas que echaré de menos en mi día a día cuando esté de vuelta en Barcelona. Sé que pensaré: “ahora me iría a tal sitio, o haría tal cosa…” Pues bien, cómo sigo aquí, me adelanto al golpe de realidad que recibiré cuando ya no esté en Quisqueya. El presente es lo más valioso que tenemos, y reconozco que en este país lo he vivido al máximo. Al empezar a echar de menos estas cosas, me doy la oportunidad de volver a hacer algunas de ellas una penúltima vez. No digo última porque volveré, y en ninguna, de todas las veces que vuelva, sentiré que es la última.

Estos meses, como he dicho, los he pasado en Santo Domingo, la caótica capital en la que el influjo variado de distintas procedencias contribuye a que exista una gran riqueza artística, cultural y gastronómica. Me he acostumbrado a pedir una Uber moto y que te recoja en casa un desconocido y, sorteando el loco tráfico, te lleve a cualquier lugar de la ciudad, ya sea la universidad en la que he aprendido a hacer críticas de cine, al club social del que es socio un buen amigo con el que nos juntamos para jugar al futbol, o cualquier otro lugar. En general,
una vida de ciudad que yo necesitaba, después de haber crecido en un pequeño pueblo cercano a Barcelona.

Pero lo que más echaré de menos es vivir en una isla. Ahora mismo, tengo acceso a cualquier rincón del país a solo unas horas en coche o en guagua -que es como llaman aquí al bus-. Y, aun así, no se te queda pequeña, porque hay tanta variedad paisajística, y tanto por mirar y admirar que parece que estemos hablando de un país enorme. Enorme de tamaño, digo; porque de alma está claro que lo es: la vibra que transmite cada lugar así nos lo indica, desde el espíritu bohemio de la Zona Colonial de Santo Domingo al vibe surfero de Cabarete y sus atardeceres únicos, pasando por la majestuosa vegetación de Samaná y sus playas vírgenes, la desconexión que dan los campos verdes y las cascadas de agua de Jarabacoa o el hermoso paisaje desértico de las Dunas de Baní. No me olvido tampoco de la experiencia de degustar la yaroa, comida callejera dominicana, en Santiago de los Caballeros, de donde es originaria; u otras especialidades como el chimi, ambas preparadas con esmero en algún puestecito de la calle después de una noche de baile.

Me temo que no tengo tiempo de revisitar una última vez todos esos lugares del país que comentaba, pero lo que sí puedo -y voy a hacer-, es ir a tomar una cerveza Presidente. Para mí, la mejor del mundo. Sé que los expertos me dirán que le falta cuerpo, que es demasiado ligera; pero una Presidente bien fría es la cerveza perfecta para el clima tropical de República Dominicana. Nada sienta mejor después de darte una “jartura”, lo que dicen los dominicanos cuando comen hasta llenarse, por ejemplo, con un arroz con habichuelas, pollo guisado, tostones y aguacate -plato conocido como la bandera dominicana-.

Valoro poder disfrutar de una abundante y sabrosa comida criolla, acompañada de su Presidente, preferentemente si es en La Zona Colonial a esa hora en la que cae el sol y la gente sale de casa aprovechando que el calor sofocante da una pequeña tregua y los bares se llenan de vida. El merengue, la bachata y la salsa se entrelazan por las calles de cualquier rincón del país. El bar El Sartén, conocido como la catedral de la música caribeña, es un rincón fantástico con un suelo de baldosas estilo cubano y paredes azules decoradas con fotografías de míticos artistas de todas las épocas. El lugar es ideal para ver cómo parejas y amigos capitaleños bailan al ritmo dominicano con una soltura de caderas que ya me gustaría a mi… De vuelta, ya en casa, será difícil encontrar esta mezcla de vitalidad sin prisas, sin estrés. A veces pienso que vivir en un eterno verano hace percibir el tiempo de otra manera, a otro compás. Creo que por eso la gente aquí es más cariñosa, más servicial. Sin duda la gente será lo que más echaré de menos. Tengan mucho o poco, siempre están dispuestos a celebrar la vida contigo.

Reflexión

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